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Amigos, acabo de escuchar, en un canal de TV, una voz que reclamaba: «¡una vacuna contra la depresión!»   Y me pregunto, ¿y una vacuna contra lo humano? Llegará, no se preocupen, será proporcional a la estupidez humana, que, esa sí, no para de crecer y de multiplicarse; muchos son los testimonios que lo ratifican.

El materialismo y un desconocimiento de la ciencia -el pensamiento mágico- han logrado este efecto destructivo. Lo que no se ve no existe y, cuando despunta, hay que eliminarlo.

Asistimos pues a una eliminación sistemática de los síntomas que dan cuenta de nuestra subjetividad, de nuestros vínculos, o de nuestras palabras, cuando dicen nuestro dolor de existir. Eso último solo requiere una escucha cercana, alguien que de fe de mi existencia y acuse recibo de mi demanda desesperada. Eso alivia y alienta, eso nos humaniza. Y si no, ¿qué sería de este sujeto extraviado que deambula solo por un mundo desertizado, dejado de la mano de Dios y del hombre?

Todo el mundo se pregunta qué va a pasar, pero eso ya está pasando. Se ha instalado la civilización del Selfie. Cada uno con su móvil comunicado con mil otros, pero sin ninguno, o sea solo, con su goce y su tristeza a cuestas, ¡callado!

En tanto psicoanalistas, tratamos a cada sujeto uno por uno, para darle un lugar propio y devolverle su palabra propia. La depresión ha existido desde siempre. De hecho, en mayor o menor medida la depresión existe en todos los pacientes que vemos, es el síntoma más frecuente. Podemos decir que las depresiones dan cuenta de esta cara oscura de nuestra intimidad contemporánea, cuya otra cara es el ideal del éxito y la obligada felicidad-para-todos. De hecho, la depresión es un fenómeno de la época, que representa su estado de ánimo, es la enfermedad del discurso capitalista, como la llaman algunos, que denuncia sus efectos sobre el sujeto actual. Exacerbada, por supuesto por la plaga del covid que ha tirado de la manta para desvelar lo siniestro de nuestras vidas.

Hace años que el pronóstico de la Organización Mundial de la Salud nos advierte: “Se espera que en el 2020 los trastornos depresivos ocupen el segundo lugar entre las patologías responsables de la muerte y discapacidad a escala mundial”. ¡Ya hemos llegado!

Recuerdo que eso empezó hace unos 25 años, aproximadamente, o más. Estaba en un servicio público y empezaba a percatarme de que se multiplicaban los diagnósticos de “depresión”, que se convertía así en un cajón de sastre.  Quiero decir que teníamos que estar muy alertas al diagnóstico y poder discriminar.

Tres causas fundamentales se barajaban en este fenómeno:

  1. El boom de los antidepresivos. Para muchos, el antidepresivo, o algún ansiolítico, se ha convertido hoy en algo parecido a un complemento vitamínico.
  2.  Se imponían los Manuales de diagnóstico (DSM-IV, etc.). La histeria, que era el termómetro de su época, era tachada del Manual. En su lugar aparecían las depresiones y la fibromialgia, entre otras. Todo se aplanaba y se banalizaba. La estupidez y la ignorancia también ganaban terreno en nuestro campo.
  3.  De-presión, la presión se imponía como modo de vida, el estrés. Así, nos deprimíamos todos un poco ante la pesadumbre del mundo que nos ha tocado vivir. Y algunos tiraban la toalla.

He visto -veo- pacientes que llegan  con la etiqueta de “depresión crónica”, cronificada por muchos años de medicación. Llegan con el pronóstico “abandonad toda esperanza”, y, sin embargo, vienen. Una paciente joven me contaba que para ella la depresión era como la diabetes: ella y su fármaco, de por vida. Otra persona mayor me decía hace poco que se estaba enterrando viva… Muchos años de silencio y de fármacos solo tienen una salida: la cronificación. Acaso podemos hablar de un denominador común, algo del depresivo que deviene un paradigma del sujeto actual globalizado, atiborrado, desvitalizado o irresponsable, muy paranoide y maltratado; todo está fuera y el sujeto deviene objeto, víctima del maltrato ajeno.

Y aquí es donde aparece la “vacuna contra la depresión”, para salvarnos de una muerte anunciada.

Y, sin embargo, o por eso mismo, seguimos aquí, nuestra ética da un giro radical a la queja: lo que es queja o coartada deviene una responsabilidad. Es lo que llamamos rectificación subjetiva. Como psicoanalistas situamos al sujeto donde le corresponde estar, en la responsabilidad que le toca asumir, para poder algún día recuperar sus recursos propios y su deseo. Imposible sustraerse a eso.
Lo siento, amigos, no hay vacuna contra la depresión y, si la hubiera, les recomiendo antes de tomarla servirse una copa de cicuta, que nos asegura una muerte mas digna.

Este domingo, 31 de Octubre,  he presentado un caso clínico en Tarragona (ACPT). Este no es el caso, es solamente una breve reflexión que me ha suscitado.

¿Confinamiento, o autoconfinamiento? Esa podría ser la cuestión cuando abordamos, ahora,  la transmisión de un caso. El sujeto está confinado también en su novela familiar y en su fantasma. Incluso diría, en el mejor de los casos.

De pronto, llega el confinamiento. ¿Quién lo esperaba? Es un hecho traumático,  Real,   -un corte inimaginable- que nos despierta del idilio consumista y prepotente del Homo Deus, y nos confronta con lo peor, una pesadilla.  En este tiempo agitado, he visto a muchas personas. “Visto” es un lapsus, evidentemente… he escuchado a muchos. Bendito teléfono que permite la circulación de la voz y de las transferencias. Abrimos un servicio gratuito para los que lo necesitan y empiezan a llamar. Mi conclusión: hay tantos virus como personas, cada uno autoconfinado en su fantasma. ¡NO SOLO SOMOS CARNE DE VIRUS!

¿Hace falta el encuentro de dos cuerpos para conducir un análisis? Para mí este ha sido el descubrimiento de la Pandemia. Sí, cierto, ha cambiado nuestras vidas, ¿pero ha cambiado algo de la transferencia? Donde había transferencia, esta se ha mantenido, sostenida por la voz y por el deseo del analizante y del analista. El cuerpo para nosotros es un discurso, y este, para decirse, no necesita de la presencia física. El cuerpo no es el sujeto. Podemos decir que el cuerpo se confina, pero el sujeto, no. Estas son también reflexiones escuchadas en una ponencia de Luis Izcovich.

Freud decía que nada se puede matar en ausencia o en efigie. Hemos descubierto, gracias al virus, que sí, se puede matar en ausencia y en escucha de la palabra. La transferencia instalada del S.s.s. perdura, e incluso a veces se fortalece.  Y a la vez, no sólo se trata del supuesto saber, hay demandas, muchas, que reclaman ¡UN PLUS DE VIDA! Este es un reto especial para un analista.

Lacan, en el Atolodradicho, dirá, “es del inconsciente que el cuerpo toma su voz”. Podemos pensar, como dice L. Izcovich, que la voz cierne la relación entre cuerpo e inconsciente. El objeto voz nos pone más en relación al inconsciente que el objeto mirada. El uso del diván lo confirma. “Hacerse ver”, que para una de mis analizantes,  tenía una importancia primordial, se convierte en hacerse escuchar, un circuito esencial. Gracias a la voz, el cuerpo se sostiene de otra forma en lo simbólico. Hay un encuentro mas allá de la mirada del narcisismo especular. Ella -la chica joven que acabo de mencionar-  se debatía desesperadamente entre los dos polos del espejo, la imagen Ideal y la degradada; este era su auténtico confinamiento del cual empieza a salir.  Esta es, a la vez, nuestra  apuesta clínica por la aparición de lo singular de cada sujeto y por la construcción de un cuerpo habitado de una manera menos sufriente.

Este es también el interés de este caso, ella se refugia en su imagen, para denunciar sus trampas. Hoy asistimos a un fenómeno muy extendido: el de la imagen como suplencia, que tiene un valor actual específico. La vigorexia de la imagen alterna con el debilitamiento de un sujeto que tiene serias dificultades para construir su identidad en el registro simbólico y que navega perdido en las mil imágenes, tatuajes, operaciones, trans-formaciones del cuerpo como búsqueda fallida de su ser, que no dan cuerpo a su identidad. En eso sigue vigente la importancia del psicoanálisis, para reconducir este desvarío y situarlo en las coordenadas que corresponden a la construcción subjetiva.

Daniela Aparicio,  31 de Octubre 2020.

La Psicología y la Psiquiatría científica forcluyen al sujeto necesariamente. Eso no hay nada ya  que lo detenga. Este es, a mi entender el nuevo paradigma: el de un sujeto  condenado al declive, que  pierde su consistencia como tal para un Amo que pontifica  la “normalización” con el empuje globalizador  del “todos por igual”. Hace años que eso se produce y no  acusamos recibo. Y todavía con mayor razón si no paramos de repetir  con Lacan, que nuestro sujeto es el mismo que él de la ciencia. Si la ciencia lo forcluye tiene que  reaparecer en  otra parte y si no siempre llega, o nos llega bastante maltrecho debemos sacar nuestras conclusiones. Este es el sujeto melancólico, el que padece su propia perdida.

Las mismas depresiones, el ejército de deprimidos como patología principal de nuestro tiempo vienen a decir lo mismo, hay un duelo interminable  por un sujeto  abandonado a su suerte,  o  a sus fármacos,   y a su silencio en soledad. Este sujeto no puede estabilizarse en una relación al Otro con su diferencia, sus marcas y su historia particular,  para poder  subjetivar su síntoma y darle un sentido. Si  Freud construye la teoria sobre “El sentido de los síntomas”(1) que se  anudan  con el inconsciente,  con  el lazo  social,  en los lazos entre padres e hijos,  en el compromiso y afectos subjetivados, hoy  podemos constatar  que poco sentido le queda. El sinsentido del síntoma nos lleva directamente a  la clínica de los pasajes al acto, los ataques de pánico y los raptos de violencia.

En un artícuo ”Un plus de mélancolie” C. Soler   hablando de las depresiones destaca esta hemoragia de energía y de dinero que colapsa la sociedad y desafia a los políticos de la Salud. La realidad ha cambiado, en efecto  -añade- “.. estandarización y anonimato superyoico de los modos de vida, deterioro de los vinculos sociales, catastrofes mundiales, etc.”(2)

 La depresion no tiene un sentido puesto que no es un síntoma, es un fenómeno de la epoca que representa su estado de ánimo, es la enfermedad del discurso capitalista,  como la llaman algunos. El sujeto deprimido o melancólico es aquel que no acaba de encontrar su lugar en el Otro, porqué no lo tiene  como tal sujeto.  El sujeto padece su orfandad y desamparado y solo  es arrojado a su mala suerte. ¿ A quién encomendarse?  Dónde encontrar algun sentido orientador en lo personal y  en lo colectivo. Más que nunca, aparece el heroe de Kafka,  el nuestro,   extraviado en el sinsentido  y perdido  en la perplejidad  del abandono mas absoluto, dejado de la mano de Dios  y a la merced de  un   capricho,   a veces sadico.

Las pateras no sólo estan en la mar, estan  tambien en tierra.

 “Todo se acumula me dice Bea, en el trabajo me machacan, he roto con mi novio, se fue sin decir nada,  ahora estoy sola y me machaco a mi misma”.  El maltrato se multiplica bajo diferentes rótulos. Hay persecución para todas las edades, gremios y géneros: bullying, mobbing, violencia de genero, etc.etc.

En las quejas que llegan predomina la apatía y la inhibición, o bien las satisfacciones solitarias  de la pulsión, sobre el modelo de la Bulimia. Pocas causas  mueven al deseo, no hay causa  o sentido para el deseo.  Si el deseo es el deseo del Otro,  algo ha fallado en esta circulación que resulta  a menudo mortífera. La circulación entre el sujeto y el Otro esta interferida por los objetos. Los objetos, cuyo consumo reduplica la insatisfacción..

 El duelo por el sujeto toma diferentes formas en la clínica. No sólo se forcluye al sujeto sino tambien a su depresión, exógena generalmente, medicalizada hay que borrarla del mapa, pensar en “positivo”. El que protesta contra el optimismo de rigor está en falta, luego arrastra su culpa de inadaptado y se flagela como el sujeto melancólico.  Eso curiosmente, tiene el efecto contrario,  cuanto más lo silencian más lo extienden, crece el ejercito de depresivos, medicados con fármacos cuya eficacia está garantizada. Todos tienen el derecho  a ser diagnosticados y recetados, pero  carecen del derecho a su dimensión subjetiva, el rasgo se globaliza para integrar un universo coherente y homogéneo.

 Conductismo, o pensar en positivo. Este es un fragmento de un caso en análisis, que aporto para dar cuenta del redoble melancolizante que puede tener un tratamiento conductista  sobre un sujeto melancólico.

 En “Duelo y Melancolía” Freud define : “La melancolía-dice- se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la perdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo”(3)

En su diario  María (así la llamo),  escribe:  este verano   empieza el aislamiento,  se va al coche para estar sola y se mete en la cama,  tiene atracones, engorda  mucho y luego comienzan las restricciones,  se moría de hambre pero no podía comer,  aparece el insomnio con pesadillas y muchos miedos.  Está ausente y no le importan las cosas que antes valoraba.  Pregunta no tiene ninguna,  aunque no entiende nada. Sólo tiene una respuesta:  todo lo hago mal, me lo merezco, quiero morir. Tengo una enfermedad desde siempre, que va a ser para siempre, no tengo remedio. Es una sentencia.

Se produce el primer ingreso en la Unidad  de Trastornos Alimentarios. Es diagnosticada de “Bulimia nerviosa”, con abuso de  laxantes y vómitos. A los pocos días  deja de comer y  pierde mucho peso. Luego, empieza el engorde.

 Lo que María destaca de este primer ingreso  es una necesidad imperiosa : necesitaba hablar y no podía. A los cinco meses del ingreso, cuando se anuncia el alta, hace un intento de suicidio, se toma unas pastillas en el  mismo Hospital. El alta es fulminante. 

Maria  intenta escribir cosas que la atormentan, que  ella piensa pero la terapéuta le dice que piense “en positivo” y que olvide lo malo. María responde : “no puedo decir lo que pienso, no estoy bien,  me veo  horrible, soy un monstruo.” Crece el sentimiento intemporal de haber sido un estorbo,  una molestia  para todo el mundo.

 En la trasferencia con su terapéuta, hasta un ciego lo vería,  ocurre literalmente eso: su relato personal estorba, su indignidad resulta molesta, tiene que callar para encajar en el mandato conductista.  Cada vez se siente peor. Se desespera mucho y se hunde, sin fuerzas para seguir.  La terapeuta  le pide que piense “en positivo”, insiste en eso en su estrategia terapéutica.  Y Maria le contesta :

“No puedo cambiar mi pensamiento, lo que siento realmente, aunque lo oculte. Lo que a mi me preocupa a tí no te interesa en absoluto porque está en el pasado….. mi cabeza no para, tengo ansiedad a tope. Hoy te voy a decir lo que pienso realmente:  es como si me pidieras que siga ocultando mi realidad. Ahora que descubro parte de mi vida no puedo sentirme mal, todo ha de ser  positivo.. Quizas tu necesitas pensar que no me  pasa nada,  que estoy bien y ya está… Si quieres positivo lo tendrás,  pero el interior no lo puedes cambiar ¿para qué estoy aquí si todo  es positivo?”.   Excelente pregunta que cuestiona la totalidad del enfoque conductista.

Inhibida, necesita hablar y le cuesta.  Su empeño es el de ser un sujeto parlante,  viene para eso, poder superar su mutismo y constituirse en sujeto de la palabra que Otro  pueda escuchar y sostener. Me encuentra en este lugar.

En la consulta, María encuentra el lugar donde puede decir su verdad,  lo que nadie soporta escuchar. Puede decirla sin pensar “en positivo” . El error del conductismo es  aberrante puesto que desvirtua la esencia misma del sujeto. La “normalizacion conductual” que se pretende  supone un vaciamiento de los síntomas, o del delirio,  que deja al sujeto mas anonadado todavía en su caida melancólica. El intento de suicidio es la única salida  y un acto del sujeto  que fue silenciado y ati-borrado. La indicación terapéutica consiste en condenarla al silencio.

Como dice Freud ya en 1915: ” la certeza de su indignidad es inamovible como contradecirlo en la cura…. Tanto en lo científico como en lo terapéutico sería infructuoso tratar de oponérsele al enfermo que promueve contra su yo tales querellas. Es que en algún sentido ha de tener razón……. y  luego cita a Hamlet “Dad a cada hombre el trato que se merece, y ¿quién se salvaría de ser azotado?”(4)

Ref. bibliográficas

  1. S. Freud, El sentido de los síntomas. Conferencia 17 (1916) volúmen XVI, Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1995.
  1. C. Soler, “Un plus de mélancolie” articulo en Des mélancolies. Editions du Champ lacanien.  Paris 2004.  p. 102.
  1.  
  2. S. Freud, Duelo y Melancolía. (1915) volumen XIV,  Amorrortu Editores, Buenos Aires,  1995.      p. 242.
  1. S. Freud, Duelo y Melancolía (1915) volumen XIV,  Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1995.      p. 244.

Gracias a Antonio Quinet, por la precisión exhaustiva con la que pinta nuestro paisaje actual. Coincido con él en todos los puntos, en lo vigente y lo nuevo. Lo nuevo, tan imprescindible a tener en cuenta para el psicoanálisis.

Si hablamos de Re-conquista, algo hemos perdido y algo ha de cambiar. Entiendo que quizás un nuevo pacto y una Proposición 2021 renovada sería una buena alternativa a las disoluciones históricas.

Como prioridad, entiendo que tendríamos que poner en relieve el psicoanálisis en extensión, o sea, la apertura de la “burbuja” hacia la Polis y hacia el mundo que nos ha tocado vivir. Hacia el diálogo con otros saberes dentro de una dialéctica que nos incluya como un saber más. Nadie está en posesión de la verdad ni del saber absoluto para imponerlo. En otras palabras y nuevamente, psicoanálisis en extensión, para una Escuela abierta y plural.

En cuanto a la alusión lúcida acerca de “una debilidad mental generalizada”, este es nuestro enemigo principal. Las alegrías del consumo indiscriminado, con las nuevas tecnologías, han producido este efecto de cretinización garantizada! Hasta la fecha, solo la Covid  ha puesto un límite al furor del consumo consumidor. Otra consecuencia de lo mismo sería el “ignorodio” -odio con ignorancia-, las dos pasiones que van de la mano y dominan nuestros  goces y afectos. Eso en la coyuntura política catalana ha producido fenómenos dignos de estudio. 

La “raza” hoy puede ser cualquier vecino que piensa diferente y te amenaza con el contagio letal; el otro del espejo y de la agresividad. Muchos escritos de ciberparanoia han inundado  nuestras pantallas. O de paranoia, tout court!

Creo, y siempre lo he creído así, que el psicoanalista debe tomar partido,  para escuchar y para decir lo que sabe, o lo que no sabe; para alentar la dignidad subjetiva, el respeto a las diferencias, para difundir el amor al saber y a la “cultura, lenguas y pensamiento”, y para actuar! 

Con SALUD y saludos para todos.

Esta es una reflexión sobre nuestro paisaje actual, en tanto que terapeutas de la psique.

 A los pocos días de empezar el confinamiento, con unos colegas psicoanalistas, difundimos una oferta de soporte gratuito para quien pudiera necesitarlo. Un oscuro manto había caído sobre nuestra rutina, vínculos y modus vivendi, y era de prever que esa conmoción traumática podía desatar trastornos de todo tipo.

No les voy a hablar de las personas que seguían su análisis empezado previamente; con ellos la continuidad era casi natural, ¡gracias al bendito teléfono!

Me refiero a los nuevos, personas que no conocía para nada y que empezaban a llamar o a escribir por WhatsApp.

Venían sin nombre, con un diagnóstico o varios, y abundaban los trastornos bipolares y límites. Se presentaban con la etiqueta puesta —“soy bipolar”— y con su correspondiente receta.

Un joven de 18 años (actualmente tiene 28) es etiquetado como psicótico tras una decepción amorosa. Le recetan neurolépticos y le explican que tiene un trastorno químico que el fármaco va a subsanar. Lo ve un psicólogo conductista que confirma la opinión del galeno y recomienda pensar en positivo. Se “vuelve loco”, literalmente, según me relata, y decide dejar la medicación. Su odisea continúa, de psiquiatra en psiquiatra, una «anda-dura» de diez años, con recetas de antidepresivos que producen una fuerte dependencia. Cada vez que deja el fármaco, recae. No tiene otros recursos para elaborar sus duelos; no hay acceso a la palabra; enmudece en su confinamiento personal.

Lo que venía ocurriendo desde hace años en nuestro campo de trabajo me golpea con su evidencia, una pesadilla que domina la psicoterapia actual.

Llaman personas —unas quince— que no saben nada de su propia vida subjetiva, su mundo interior; ¡su historia o memoria no existe o está prohibida! No hay permiso para la separación, el duelo, ni para la palabra. Es evidente: son los nuevos seres bioquímicos, bautizados así —diagnostico y farmacopea— por el mandato de la ciencia.

Si esa es la ética de la psiquiatría actual, y lo es, como he podido observar desde mi pequeña parcela, ¡vamos listos! En poco tiempo veremos colas de bipolares, en fila y tragando su pastilla, como la hostia consagrada, y otros poniendo a prueba todo el Vademecum —su salvavidas—.

 Otra observación que me llena de estupor en esa corta investigación son los sujetos que ya no quieren hablar, o no pueden, y solo quieren escribir por WhatsApp. Cuando propongo hablar, lo rechazan con el argumento de la vergüenza o, literalmente, con una incapacidad para hablar. Insisto pero no retrocedo y leo entre líneas las palabras de una lengua perdida. Los errores de ortografía y sintaxis lo delatan.

¿Acaso ha menguado la palabra que nos humaniza y sostiene nuestros vínculos?

La COVID, entre otras cosas, ha revelado lo velado que aparece a cielo abierto, si queremos verlo. Escucharlo será mas difícil. Algunos sujetos se esconde detrás de su pantalla, que les protege del mundo y de sí mismos; han olvidado su nombre, no saben cómo manifestar sus emociones.

Tampoco saben a quién se lo dicen. ¿Quién es el otro que está del otro lado? ¿Será sometido a un juicio superyoico? ¿Será condenado a una etiqueta perpetua con medicación? Se ha perdido, y a veces con razón, la confianza en el otro profesional de la psique. La transferencia hace aguas y reconducirla no resulta fácil, aunque tampoco es imposible. Si llaman, hay demanda y sufrimiento, no saben cómo decirlo ni a quién se dirigen. El reto para mí era cómo disolver la paranoia para plantear un otro tolerante, atento y sin prejuicios, que es lo único que podía garantizar un lazo de continuidad.

Si pierde la novia, se le muere la madre, lo atropella un coche y todo es químico, tendremos que concluir que se nos fue la humanidad al laboratorio, ¡o al carajo!

El supuesto Homo Deus, como le llama Yuval Harari —aunque de “homo” ya le queda poco— es finalmente un esclavo de la ciencia, un pobre diablo que ha perdido su esencia.

 Hace tiempo que empezó la “nueva” normalidad, y no habíamos caído en la cuenta.

Esta traducción del audio, nada literal ni rigurosa (con pequeños añadidos míos)  me ayuda a pensar lo impensable del Trauma. Recomiendo escuchar el audio en italiano. Y ruego disculpen los errores.

El trauma es lo que golpea sin preaviso. ¡Es lo inesperado! Revoluciona nuestro mundo de hábitos y trastoca profundamente la “normalidad” de nuestra rutina. Es un corte contundente,  ¡ya nada es como antes! Esa irrupción imprevista  conmueve nuestra representación de la realidad.

El trauma es lo que no se puede controlar, lo ingobernable, y por ello produce un profundo desconcierto. Es una potencia negativa imposible de ser tratada con nuestros recursos. No hay defensas ni preparación que puedan anticiparlo para amortiguar el golpe. Ninguna defensa nos protege del virus; nos cae encima de improviso y nos ataca, indefensos. No es un peligro localizable en un lugar concreto del cual puedas huir, ¡está en todas partes!  ¿Hacia dónde huir? Este miedo sin objeto genera angustia.

El ejemplo mas paradigmático es el del 11 de septiembre, donde acontece lo inaudito, lo inimaginable y como marca de ello queda en nuestra retina una imagen que se repite, difícil de ser asimilada o de ser elaborada.

Y, sin embargo, este  trauma nos obliga a despertar. Estábamos adormecidos en el sueño de los justos de nuestra rutina. Ese despertar tiene el carácter de una pesadilla,  de un mal sueño  violento y radical que nos despierta sobresaltados, pero nos aporta la posibilidad de una reflexión renovada.

El trauma impone despertar. ¿Cuál era el sueño en el cual estábamos sumidos antes?

Estábamos adormecidos en el sueño del discurso capitalista, del consumo masificado o del mandato neoliberal. Ofertas sin límite de objetos mil que se multiplicaban. Pasolini ya hablaba de la mutación del sujeto en un consumidor. Estábamos en la rueda imparable de la hiperactividad… Esa cabalgata sin límites se paraliza, todo se ha parado, ¡el mundo se ha parado!

Podríamos pensar que eso tenía que ocurrir; la intensidad de esa cabalgata y sus excesos no podían continuar, tenían una muerte anunciada que desemboca en el colapso previsible.

El confinamiento nos ofrece otra dimensión de la existencia: la posibilidad de la meditación y del silencio. Nos obliga a hacer con uno mismo . Antes, la escapada era siempre  hacia afuera, una huida de si mismo.

Ahora el trauma nos despierta de otro sueño: el de esa supuesta “libertad”. ¿La locura hiperactiva era libre?  Una libertad sin ley ni limites, dominio del yo. Se imponía la autoafirmación del “hago lo que yo quiero”, una egolatría dominante que contaminaba nuestros vínculos.

El virus introduce un cambio, impone el pensar de otra forma, la libertad ya no es propiedad propia.

Encerrados en la soledad, experimentamos el sentimiento de privación y hacemos la experiencia de una libertad distinta, más profunda, la que nos acerca al Otro. Es el tiempo de una nueva hermandad, que nos devuelve a la “fraternidad” perdida. De mi aislamiento depende toda la Comunidad. Nadie puede salvarse solo. Y por ende, la libertad sólo puede concebirse dentro de una Comunidad compartida. No se puede practicar la libertad por fuera de una solidaridad comunitaria. Pertenecemos a esta Comunidad gracias a la soledad, que nos revela nuestra esencia de seres profundamente sociales capaces de rebatir el paradigma neoliberal.

La privación de la libertad nos da acceso a una libertad superior, social y solidaria que se opone al “tú sólo con lo tuyo, con tu voluntad puedes conseguirlo todo”.

Este hecho es extraordinario, es el descubrimiento de una libertad compartida. ¡Nadie se puede salvar solo!

Hace diez años que DIGNIDAD reúne a un grupo de psicoanalistas que desean aportar su experiencia y promover un Acto ciudadano ante el trastorno radical que produce esta plaga en lo individual y colectivo. Estamos en tiempos de profundo malestar que corroe los esquemas establecidos y nos obliga a una reflexión acelerada para buscar nuevas ALTERNATIVAS de vida. Buscamos respuestas profesionales y ciudadanas ante el DESAMPARO y el desmantelamiento sistemático de nuestra convivencia.

En este momento, nuestro trabajo consiste en intentar reducir los estragos actuales y los  diferentes síntomas de pánico, ansiedad, depresión y otros males que ha desatado el coronavirus.

Nuestro objetivo principal es el de escuchar el sufrimiento subjetivo, digno de respeto, atención y apoyo: hablar de lo que duele reduce el sufrimiento y permite salir de un silencio que mortifica y aísla, y, al mismo tiempo, potencia los recursos personales de cada uno, para sobrellevar la situación actual y recuperar el sentimiento de pertenencia social, reforzando nuestros vínculos.

No duden en llamar para compartir su malestar y romper su aislamiento.

Las consultas (gratuitas) se harán por teléfono en los días y horarios indicados por cada uno de los profesionales:

martes  de 10 a 13 hrs. Jueves de 17 a 19 hrs. Tel. 93 4182418 / 679111558

viernes de 9 a 13 hrs. Tel. 635460363

  • Lluìs Isern, médico,  psicoanalista.   lluisisern@gmail.com

jueves  de 10 a 13 hrs.  Tel. 680596382

Miércoles de 10 a 13 hrs. Tel. 620647925

  • Carolina Reig Llopart-Mascaró, psicóloga. carolina.reig@copc.cat

Domingo de 11 a 13  hrs. Tel. 666003043

  • Teresa Trías, psicóloga, psicoanalista. teresatrias@minorisa.cat

lunes y miércoles de 11 a 13 hrs. / martes de 16 a 18 hrs. Tel. 629290197

En tiempos de una tupida sordera,  se eleva la “Voz de los justos” que nos insta a escuchar y participar. Película de gran valor ético y político. Ética de la dignificación, o humanización de lo humano. Un ejercicio de aceptación de la diferencia más radical, generalmente segregada como una alteridad insoportable. Trata de los autistas, los casos más desesperados que uno pueda, o no pueda imaginar. Entiendo que va incluso más allá de eso y nos planta ante nuestros semejantes desechados, los que se quedan fuera, los invisibles. ¿Quiénes son los autistas? La he visto ayer en su preestreno y pronto podrá verse en el cine comercial.  ¡La recomiendo a todos!

 El próximo 28 de febrero, A Contracorriente Films estrena comercialmente en España ‘Especiales’, la nueva película de los directores de ‘Intocable’ (Eric Toledano y Olivier Nakache). Además de superar los 2 millones de espectadores en Francia, fue la película de clausura del pasado festival de Cannes con una de las ovaciones de mayor duración que se recuerdan.

En este caso, el centro de la historia que recrea la película son las personas con TEA (Trastorno del Espectro del Autismo), y el trabajo que desarrollan asociaciones y entidades que día a día trabajan para ayudar a estas personas y sus familias en aspectos cotidianos en los que no encuentran suficiente apoyo en las administraciones públicas.

Breve comentario, Seminario 12 de Enero 2020

Cuando la ciencia se empecina cada día para  convencernos que “todo es posible”, produce múltiples efectos en lo real de nuestro mundo. El  efecto principal se hace notar en el Campo del Goce que se extiende y se torna incomensurable! Muchos de los fenómenos actuales -sexuales o no-  guardan una relación estrecha con  este hecho. ¿Ché vuoi?  Las respuestas se dan con una alternancia sin límites que trascienden el deseo subjetivo. Si el deseo es el deseo del Otro para la constitución subjetiva, este Otro de la ciencia introduce una inercia que inocula lo científico en la génesis de lo humano. ¿Qué queda del mismo?

Tendremos que esperar un reajuste que ponga un límite a esa ambición imposible, antes que lo humano se precipite en el Todo que solo lleva a la muerte, o a la aniquilación subjetiva.

Una metáfora bíblica, la Torre de Babel, da cuenta de esta aspiración imposible de dominio.

La verdad sea dicha, los psicoanalistas contamos poco de nuestra práctica. Las razones son obvias: existe una ética del sagrado secreto profesional y del respeto absoluto a lo que cada uno cuenta en su cura. Sin embargo —y hace tiempo que lo pienso—, creo que hay una ética que nos obliga a decir algo de nuestra práctica, para que esta no quede sepultada en el secreto de las catacumbas y pueda circular algo de nuestro quehacer, para que se sepa cuáles son sus efectos sobre los sujetos que escuchamos y también para aquellos que sufren y callan. También para tratar de decir algo de la locura —que no lo es— del desvarío humano que segrega malestares. Nosotros sí sabemos distinguir estructuras y hacer diagnósticos, pero no trabajamos con etiquetas. El que acude a nuestra consulta es bienvenido para decir lo que lo trae, el sufrimiento que padece, cada uno a su manera.

Tomar la palabra en sí, hablar del dolor, las contradicciones personales y contar la historia personal inspira de por sí un respeto absoluto. Tener el valor de ahondar en los abismos de cada uno es un hecho conmovedor, como suelen ser las historias singulares que escuchamos, cada una a su manera, con sus fantasmas, defensas y estilos personales, y con el deseo de superar las trabas y alcanzar un lugar mas cómodo en la vida. Tomar la palabra tiene un gran valor, sobre todo cuando el “discurso Amo” manda callar, someterse y consumir; tiene el valor del valiente inconformista que sale de la inercia resignada para confrontarse con su malestar y atravesarlo, buscando un cambio y el encuentro con su deseo personal.

“¿Es normal lo que me pasa?” Esta es una pregunta frecuente que delata la presión ambiental y el empuje a la homogeneidad. ¡No hay norma que dicte “lo normal”! Y este es el secreto de la diversidad, de la diferencia radical a la cual cada uno puede aspirar. “¿Es normal lo que me pasa?” Esta pregunta también delata una fractura del ser, la aparición de un sufrimiento que no estaba antes y que aparece con mayor fuerza y motiva la consulta.

Voy a intentar, de vez en cuando, transmitir fragmentos del discurso de personas que he escuchado. Por ejemplo, el caso de una mujer joven que me cuenta, llorando, que hace meses que llora “sin motivo”. Llora desconsoladamente, en el trabajo o en su casa, y es presa de unos ataques de llanto que no puede referir a nada. Un médico le dice que quizás se deba a que bebe demasiada agua (no es broma);  otro, le recomienda ir al oculista. ¡Así son las cosas! En las entrevistas conmigo aparece su soledad infantil, como un boquete, y me cuenta que nunca fue motivo de queja. El niño recibe el sentido de su llanto del otro, de allí recibe su sentido. En la cura, poder dar sentido a su llanto, a su dolor de existir, produce un alivio. Cuando habla de sus vínculos y de su historia, las lágrimas dejan de ser una secreción orgánica para devenir una categoría subjetiva; encuentra las palabras que dicen su tristeza y su desamparo. Para un psicoanalista, lo preocupante es que no haya síntomas. Uno se pone a temblar cuando escucha que al sujeto nunca le pasó nada o que “no le ha faltado nada”.